En un momento como el actual, en el que la humanidad entera se debate entre el riesgo de sufrir una enfermedad potencialmente mortal y muy contagiosa y el riesgo real de tener que enfrentar una debacle económica de consecuencia impredecibles, surge como un tema prioritario el cómo podemos hacernos inmune a esta u otras infecciones, sobre todo cuando hablamos de infecciones producidas por virus, para la mayoría de los cuales aún no poseemos un tratamiento eficaz.
Hasta ahora la forma más eficaz como la humanidad ha logrado combatir las infecciones virales es a través de la promoción de INMUNIDAD, lo que significa la obtención de una respuesta de defensa por parte del individuo y/o de la comunidad donde éste se desenvuelve, que le garantice de alguna forma el que la enfermedad no se va a desencadenar si se expone al virus o al menos que su riesgo de exposición al virus en cuestión se va a ver notablemente minimizado.
La herramienta clásicamente usada como medio para lograr ambos fines ha sido la vacunación masiva que actúa por ambos sentidos, por un lado genera una respuesta inmune en la persona que la recibe que le provee en general de una respuesta de anticuerpos que le permite a su sistema de defensa el identificar y destruir al virus agresor y por otro lado al haber un suficiente número de personas en la población con inmunidad personal al virus en cuestión, el evitar su diseminación entre la misma al adquirir uno de sus miembros la enfermedad, lo que llamamos Inmunidad de Rebaño.
La Inmunidad de Rebaño funciona siempre y cuando un número suficiente de personas dentro de la población tengan una respuesta Inmune adecuada contra el germen. Como podemos ver, se requieren dos condiciones: primero que un numero suficiente de personas susceptibles (aquellos en riesgo de adquirir la enfermedad) tengan inmunidad frente a la misma, los cálculos para otras enfermedades como Sarampión, Rubeola, varicela, etc. sobre las cuales se tiene mucha mayor experiencia fluctúan entre 65 y 80%.
Por ejemplo, si el 80% de una población es inmune a un virus, cuatro de cada cinco personas que se encuentran con alguien con la enfermedad no se enferman (y no propagan la enfermedad más). De esta manera, la propagación de enfermedades infecciosas se mantiene bajo control. Dependiendo de cuán contagiosa sea una infección, generalmente entre el 70% y el 90% de una población necesita inmunidad para alcanzar la inmunidad del rebaño. El sarampión, las paperas, la poliomielitis y la varicela son ejemplos de enfermedades infecciosas que antes eran muy comunes, pero que ahora son raras porque las vacunas ayudaron a establecer este tipo de inmunidad. Aunque a veces vemos brotes de enfermedades prevenibles mediante vacunas en comunidades con una menor cobertura de vacunas porque no tienen protección del rebaño. (El brote de sarampión de 2019 en Disneyland es un ejemplo.) Para que este tipo de efecto DE GRUPO funcione se requiere que la mayoría de los individuos capaces de adquirir la enfermedad estén protegidos frente a la misma y este nivel de respuesta sólo es posible obtenerla en forma duradera en la población con procesos de vacunación masiva. La otra manera sería que un número suficientemente elevado (entre 65 y 80%) de personas en la comunidad adquiriera la enfermedad, junto con su respuesta inmune, de manera de reducir suficientemente el riesgo de transmisión entre las personas susceptibles (aquellos que pueden enfermar por no tener respuestas adecuadas frente al germen) y aquí entramos en el segundo punto que es la definición de Respuesta Inmune adecuada, esto quiere decir que la respuesta que se desencadene o por la enfermedad o por la vacunación, sea extensa en el tiempo en cuanto a su capacidad de neutralización del germen. Para que se de esta condición se requieren dos condiciones: o que el virus en cuestión tenga un bajo porcentaje de mutaciones o que, aunque tenga altas tazas de mutación los anticuerpos generados, en este caso por la vacuna sean eficaces contra los elementos más estables del virus.
Cómo vemos en el caso que nos ocupa, la pandemia de covid, la manera más eficaz de lograr este grado adecuado de protección es a través de la vacuna porque el intentar lograrlo a través del logro de inmunidad natural (adquiriendo la enfermedad) tendría dos efectos inaceptables: el desbordamiento de los servicios sanitarios por el crecimiento abrupto del número de enfermos o la destrucción de la economía si queremos evitar el desborde de los servicios sanitarios.
En este momento el desarrollo de una vacuna eficaz parece la vía más eficaz para controlar el problema, pero el desarrollo de esta vacuna lleva consigo no solo el que la vacuna en cuestión sea capaz de generar la respuesta Inmunitaria eficaz en el grueso de la población durante un tiempo prolongado, sino que también esto ocurra con un mínimo riesgo para la población que se exponga a la vacuna. Otros virus (como la gripe) mutan con el tiempo, por lo que los anticuerpos de una infección anterior proporcionan protección durante un corto período de tiempo. Para la gripe, esto es menos de un año. Si el SARS-CoV-2, el virus que causa COVID-19, es como otros coronavirus que actualmente infectan a los seres humanos, podemos esperar que las personas que se infectan sean inmunes durante meses o años, pero probablemente no toda su vida.
Por qué hablamos de riesgo en este caso, debemos hablar de riesgo porque el mismo es inherente a todo tratamiento o acción que modifique las condiciones de un individuo y al ser la vacuna en general una sustancia química, inerte o no, capaz de generar una respuesta inmunitaria contra ella y como consecuencia contra el germen en cuestión, en este caso el covid19, hay riesgos dependientes de la respuesta Inmune, como el que los anticuerpos generados sean incapaces de afectar en forma sustancial otros tejidos normales, como por ejemplo nervios, cerebro, corazón, etc., o riesgos de reacciones inmunitarias inmediatas, es el caso de las alergias y por otro lado como también se requiere el uso de preservativos en la vacuna, también se requiere que los mismos sean incapaces de desencadenar reacciones sustanciales tanto inmediatas como retardadas en los individuos que la reciban que como hemos visto debería ser el grueso de la población. Las vacunas pueden ser útiles y peligrosas. Depende de la vacuna, sus ingredientes y la biología de la persona a la que se está introduciendo la vacuna. Pero no debemos nunca perder de vista el riesgo inherente a la enfermedad que intentamos tratar o controlar, el sarampión, por ejemplo, es una enfermedad peligrosa, en países con buena atención médica, aproximadamente 1 de cada 4 personas infectadas con sarampión serán hospitalizadas y 1-2 de cada 1000 morirá. En todo el mundo, el sarampión sigue siendo una de las principales causas de muerte, especialmente entre los niños de los países con pocos recursos. Según la OMS en 2017, el año más reciente para el que se dispone de estimaciones, el sarampión causó cerca de 110 000 muertes.
Hemos estado recibiendo información reciente sobre el esfuerzo de desarrollo de la vacuna actualmente en curso y es evidente que el problema actual no es la ausencia de candidatas, sino el balanceo adecuado entre eficacia y riesgo en un tiempo suficientemente expedito como para garantizar la protección adecuada de cantidades ingentes de población, como para que podamos resumir nuestras actividades, con un mínimo riesgo (cuanto riesgo estamos dispuestos a tolerar, como población, como individuos vs cual es el riesgo real de contraer la enfermedad y de morir a consecuencia de ello), así como el riesgo que conlleva para cada uno de nosotros la parálisis de la actividad económica. El tiempo lo suficientemente expedito lo definirán al final el concierto entre las autoridades políticas, económicas y sanitarias de los distintos países, entendiendo que el tema de la Inmunidad de Grupo hace imperativo algún acuerdo supranacional al respecto.
Por Claudio Lopez Bruzual MD.